Este artículo fue escrito por Edgar Miranda, pastor de jóvenes, y colaborador en el Centro de Ministerio Juvenil del Seminario Teológico Bautista Mexicano. Se dedica al entrenamiento de líderes juveniles en México.
Nuestra principal tarea como creyentes es hacer discípulos de Jesús (Mateo 28:19-20) Es lo que nos da sentido de existencia como Iglesia. Por ello, es vital que tengamos una adecuada comprensión de lo que significa “hacer discípulos”, o correremos el riesgo de formar a los jóvenes de manera inadecuada, y de errar en nuestra misión. Por ello, te comparto algunos elementos esenciales que, en mi experiencia, nos ayudan a formar en ellos a un buen discípulo de Cristo:
- Deben ser amados: incondicionalidad – La adolescencia y la juventud son etapas críticas en la formación de la identidad en una persona. Por ello, es importante que reciba una buena dotación de aceptación, respeto y amabilidad, y a través de eso, que sepa que es merecedora de nuestra atención a pesar de todo. Por ello, asegúrate que dedicas el tiempo y atención suficiente a cada uno de los jóvenes, y que este acercamiento no esté determinado por cómo luce, por sus logros, o por sus actitudes. En pocas palabras, ámalos incondicionalmente.
Jesús nos dio el ejemplo: podría haberse apartado de aquellos que se decían sus amigos (los discípulos), pero que lo abandonaron en su momento más difícil. Podría haberle dado la espalda a Pedro, quien incluso prometió públicamente jamás negarlo. Pero Jesús amaba incondicionalmente: no sólo no les reprochó, sino que los comisionó para la tarea más grande de todos los tiempos, a la vez que les prometió que estaría con ellos siempre. Así que, ya sea en medio de sus éxitos, o de sus peores decisiones, tus jóvenes deben saber que tu amor por ellos no cambiará. - Deben ser corregidos: disciplina – Amarlos no significa que debes pasar por alto sus pecados. Muchas veces confundimos la negligencia con el amor: creemos que los “pastoreamos” adecuadamente cuando no les llamamos la atención en sus faltas, pero en realidad los dañamos al permitir que piensen que no hay problema con su conducta equivocada.
La Biblia nos dice claramente que “La necedad es parte del corazón juvenil, pero la vara de la disciplina la corrige.” (Proverbios 22:15) Ellos necesitan límites claros, una formación adecuada que les permita crecer sanamente, y experimentar las consecuencias de sus decisiones. Podría parecer en algún momento como “falta de amor”, pero de hecho la Disciplina Bíblica es una muestra del amor de Dios (Hebreos 12:5-6), y produce un fruto extraordinario (Hebreos 12:11) Así que, si lo amas, debes aprender a corregirlos. - Deben ser entrenados: capacitación – Un discípulo debe aprender a servir, pero frecuentemente obviamos esta parte del discipulado. Creemos que simplemente, en algún momento y de alguna forma, cada joven conocerá sus dones y talentos, y comenzará a servir en su llamado particular (porque “así pasó con nosotros”).
La realidad es que cada persona necesita un entrenamiento intencional, en donde se le ayude a tomar las herramientas y experiencia que necesita para ejercer adecuadamente su ministerio. Pablo lo comprendía claramente, y por ello “reclutaba” a jóvenes como Timoteo con la finalidad de enseñarles cómo hacer el trabajo, delegarles el trabajo, y supervisar el trabajo que ellos harían por su cuenta. Tómate el tiempo para encontrar el entrenamiento que tus jóvenes necesitan, y haz todo lo posible por proporcionárselos. - Deben ser retados: visión – Cada joven merece ser constantemente motivado a seguir creciendo. Debemos mostrarles que, a pesar de lo mucho que hayan avanzado, aún queda mucho por delante. Por ejemplo, una muy buena manera en que ellos pueden ser retados es tomando el lugar que Dios les ha asignado en Su reino (a través del ejercicio de sus dones y habilidades), a la vez que toman la responsabilidad de discipular y mentorear a otra persona (2ª Timoteo 2:2).
Así que recuérdales siempre que, al igual que el apóstol Pablo, debemos olvidar lo que queda atrás y esforzarnos por alcanzar lo que está adelante, para seguir “avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:13-14) Planta en ellos la semilla de la visión del reino celestial; quizá el Señor te usará para motivar a un misionero a ir a las naciones, o para levantar a un predicador que hable valientemente Su Palabra, o para llevar a la juventud a ser un claro testimonio del gran poder de Dios en las familias, escuelas, trabajos, y cada área de nuestra sociedad.
No importa cuánto hayamos logrado: aún queda mucho por alcanzar y ellos deben saberlo. Nuevas metas, nuevos retos, nuevas aptitudes, nuevos sueños, deben formar parte del diario vivir de cada joven.
Nuestro llamamiento es hacer discípulos. Mantengamos en mente estas tareas y hagámoslas propias para ayudarnos a formar discípulos que honren a Cristo.