Cuando se trataba de competencia, crecí escuchando esta frase: “lo importante no es ganar, sino competir.” Debo admitir que cuando me la decían trataba de encontrarle un significado más lógico, una razón más poderosa que sólo una simple muleta que te permitiera levantar la mirada cuando no ganaras en lo que estabas a punto de competir.
A veces era más obvio que otras: lo que te intentaban decir es que es más importante el espíritu de la competencia, el hecho de conscientemente involucrarte en algo que exige tu mayor esfuerzo, logrando como resultado la enorme satisfacción de haber competido con lo mejor de ti. La verdadera victoria no era el premio prometido al vencedor de la competencia, sino el haber descubierto esa habilidad en ti. El ‘triunfo’, entonces, resultaba secundario.
Sin embargo, creo que jamás pude estar conforme con esa frase. Había algo que no me dejaba tranquilo. Creo que eso le sucedió a muchos en mi generación. Y es que quizá esa frase funcionó perfectamente para aquellos que habían llegado antes, los que necesitaban una palmada en el hombro, que les dijera que lo que les había sucedido no era determinante para sus vidas. Necesitaban algo que les afirmara que aún había algo por lo cual luchar, sin temer a las consecuencias.
Me doy cuenta que muchas veces esto ocurre en nuestra vida cuando pretendemos alcanzar las bendiciones de Dios. Nos encontramos a nosotros mismos tratando de creer que lo más importante no es el resultado, sino nuestro mayor esfuerzo. Y hay algo de razón en eso, pero creo sinceramente que no es toda la verdad.
Quizá porque, después de algún tiempo, comencé a escuchar frases distintas, especialmente una que al principio sonaba atrevida, demasiado soberbia para ser siquiera repetida, pero que, a mi parecer, refleja de una mejor manera lo que debería ocurrir con la vida de un creyente: “Lo importante no es ganar… es LO ÚNICO!” Vince Lombardi, entrenador en jefe y gerente general de los Empacadores de Green Bay (equipo con el que obtuvo un tricampeonato de la NFL en las temporadas 1965 a 1967, siempre con marca ganadora), inmortalizó esta frase. Realmente era un cambio drástico.
No es que el espíritu deportivo o de competencia mutara monstruosamente, sino que ahora se daba a conocer la manera de pensar de aquellos que no se conformaban simplemente con competir. Era la expresión de aquellos que, sin abandonar su honor, iban en busca de nada menos que la victoria.
Por eso es que se parece mucho a lo que deberíamos creer los cristianos. Y es que la vida que Dios nos ha dado no puede ser tomada a la ligera. De hecho siglos antes, Pablo había inscrito esta frase en la historia, a su manera: “Sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece…” (Filipenses 3:12-15). Y es que en la Biblia, por todas partes vemos ejemplos de esta verdad. Hay un propósito divino, y eso, nada menos que eso, debe ser nuestro objetivo. La gran diferencia la hace la clase de competencia en la que estamos, y sobre todo nuestro Entrenador, quien está a nuestro lado para enseñarnos en medio de nuestras fallas, y transformar nuestros más trágicos errores en habilidades para alcanzar la victoria. Al escuchar a Pablo decir estas palabras no me queda duda sobre los principios que Dios quiere comunicarnos:
- El resultado de nuestra competencia debe ser la victoria (v. 14): Estamos en una carrera en la que Dios ofrece un premio. Y créeme, lo ofrece porque está dispuesto a darlo. Lo interesante de todo esto es que una vez que estás dentro, no puedes salir de esta carrera. Así que, por lógica, el resultado debe ser obtener ese premio. Si, es verdad, lo importante no es ganar, es lo único que debemos esperar, porque Jesús ya ha hecho todo lo necesario para que así suceda.
- Cada creyente debe tener este modo de pensar (v. 15): El principio es importante, el proceso también, pero el final lo es aún más. Así, me doy cuenta que en esta carrera espiritual no existe lugar para sólo competir. No hay lugar para quienes se conforman con haber entrado, y llegan al final sólo sobreviviendo. Esta carrera es de quienes tienen la mirada puesta en el final, para quienes siguen “avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.” En esta carrera no se valen los medios esfuerzos, el soportar simplemente, olvidando el resultado. Aquí sólo alcanzan el premio quienes se exigen más, quienes se olvidan de “lo que queda atrás” y se esfuerzan “por alcanzar lo que está delante.”
Así que, ¿qué te parece si lo intentamos? Ya que no podemos desistir de esta competencia, entonces corramos por el premio con esta mentalidad. Y es que, gracias a Jesús, a final de cuentas lo importante no es ganar… es lo único a lo que estamos destinados.
Escrito por Edgar David Miranda Marín; Imagen por Bionicteaching en flickr
Súper genial el articulo. Definitivamente para los que somos creyentes el ganar no es opcional; es lo único.
Así que debemos procurar mantenernos en el camino, siguiendo a Jesús con todo el corazón.
Recordemos: “la vida cristiana no es un carrera de velocidad; es una carrera de resistencia. la cual ganaremos si nos mantenemos constantes”.
Dios los bendiga.