Hace algunos siglos, un hombre se atrevió a hacer algo inconcebible para aquellos, y aún para estos días. Se enfrentó a la gran maquinaria religiosa de la iglesia que, habiendo sido la vasija en la cual se derramó en amor y poder de Dios, con el paso de los años se había apartado y corrompido en busca de sus propios placeres. El joven Martín, con una sinceridad y humildad que asombran, se atrevió a levantar su voz, al sentir la mano poderosa del Señor en su corazón, guiándole a la verdadera comunión con Él.

Y es que, a la vista y razón de los simples mortales, es mucho más fácil permanecer en la comodidad de la ignorancia y el error, que levantarse en busca del conocimiento que salva. Martín no era un simple mortal.

En lo personal, al estudiar su historia y algunos de sus escritos, puedo llegar a la conclusión de que lo que movió a este joven monje agustino a levantar su voz, fue la pasión. Difícilmente puede entenderse de otra manera. Pasión por la verdad, pasión por encontrar, pasión por su gran amor: Jesús. Nunca fue su intención dividir a la iglesia; sólo buscaba que ésta regresara a sus principios básicos, a su principal motivación, el Dios de los cielos y la tierra.

Pero aquel gran Rey tenía preparado un gran movimiento en la historia de la humanidad, y fue este joven de corazón sincero y humilde a quien Dios escogió para ello. Un corazón contrito y humillado, a quien Dios no pudo rechazar. Una pasión inquebrantable, vencedora ante la religión fría y mentirosa. Tal vez sea el momento de reencontrarnos con nuestra historia. Después de todo, esta fue escrita para no volver a equivocarnos.

Sería muy bueno recordar las caídas de Israel, el quebranto del gran rey pastor de Belén, la debacle en el reinado más sabio de la historia, o la apostasía de la institución divina encargada de mostrar a Dios. Tal vez nos ayudaría mucho saber que siempre hubo un juez a quien Dios usó para librar a la nación, un Natán valiente que señaló el error, un Juan el Bautista que preparó el camino, un Martín Lutero a quien la maquinaria más poderosa del mundo no pudo vencer, debido a su gran pasión por el Señor.

¿En dónde está tu pasión? ¿Hacia donde se dirigen tus ojos? ¿Qué motiva tu voluntad? Donde estén tus riquezas, ahí estará tu corazón. Tal vez sea el momento de reconsiderar tu camino, y poner tu pasión en el motivo correcto. Después de todo, la misma historia nos dice que Dios nunca ha abandonado a su pueblo. Tal vez sólo falta ese ingrediente que hace detonar el poder de Dios y cambia la historia: la pasión del pueblo de Dios.


Escrito por Edgar David Miranda Marín; Imagen por: takomabibelot