Es apenas un niño. Nunca ha estado en la guerra, es demasiado pequeño, demasiado débil, demasiado inexperto… “ya le llegará su tiempo, si es que puede!”, aseguran. Y es que el no ha enfrentado soldados sedientos de sangre y llenos de odio por el enemigo; no ha tenido que sufrir bajo una fría noche en espera de continuar la batalla. El no conoce el hambre del que se ha quedado sin su última pieza de pan, solo por cumplir con su fiel deber de luchar por su país. El no sabe de clase de armas ni municiones, o de armar un rifle en menos de un minuto, de evadir las líneas enemigas plagadas de minas, mucho menos sabe de lucha cuerpo a cuerpo (“¿con qué cuerpo, si apenas pesa?!”). En fin, y para terminar pronto, el no sabe de estas “cosas de grandes”, y si se trata de guerra, no tiene ningún derecho a opinar. Señoras y señores, aquí tenemos al pobre David.

Es que, después de todo, quizá tengan razón. Es inexperto. En su corta edad, solo ha podido cuidar unas cuantas ovejas, allá en el campo lejos de su casa. Eso si, por séptimo año consecutivo, le han otorgado el premio al “Pastor del año de Belén”, porque nunca se le ha perdido una sola oveja… pero bueno, ¿a quién le interesa eso? Es irrelevante. El buen David solo ha tenido que luchar unas cuantas veces contra osos y leones cuando han querido llevarse alguna de sus ovejas. Solo ha acampado por algunos años con el cielo estrellado como cobija, y con su armónica como única compañía. Además, algunas veces ha recorrido peligrosos y afilados acantilados, o cruzado por bosques llenos de fieras, sólo por encontrar a la ovejita rebelde que se había perdido. Para colmo, la única arma que sabe utilizar es una vieja honda, de fabricación casera, porque ni dinero tuvo para comprar una de marca en los tianguis del domingo. Este es David, el niño, el débil, el inexperto. Tal vez tengan razón en menospreciarlo… o no?

Mira a su padre, ni se acordó de él.

Mira a sus hermanos burlándose… “ahí viene el ricitos de oro!”, dicen cuando lo ven llegar. “Vete a cuidar tus ovejas, a seguir soñando que matas osos!”…le gritan.

Mira al profeta… abriendo como nunca los ojos al verlo, y preguntándose si tal vez Dios, en esta ocasión, si se ha equivocado.

Mira a su líder, mirándolo de arriba abajo y tratando de cambiarlo para que realice la tarea que el mismo no se atrevió a hacer.

Mira a Papá, con el rostro iluminado por la alegría y repitiendo: “Es él, Es él elegido!”

Y es que lo que los demás no saben, es que pronto el será el más nombrado, el mayor entre sus hermanos, el idóneo para el puesto, el vencedor en miles de batallas. Pronto saldrá en la portada de las más importantes revistas de sociedad, será aclamado por las multitudes por su gran carisma y personalidad, y en los programas de deportes será la noticia principal “porque lanza como nadie” y varios equipos de grandes ligas pelean por él. Las grandes compañías de bebidas energéticas lo buscarán para que sea la imagen de su próxima campaña publicitaria. Aparecerá en las planas de espectáculos como la “revelación del año”, por la cantidad de discos vendidos, y su gran talento para la composición. Eso es lo que los demás no saben, lo que ve Papá. Grandeza en lo pequeño, fortaleza en lo débil, sabiduría en lo inexperto. Donde los demás ven a un niño, Papá ha estado trabajando para crear a un gran Rey.

No te rindas, no te desanimes. Quizá un día de estos llegue la limousine real para llevarte al palacio, solo por haber cuidado de tus ovejas fielmente. No te desesperes, que quizá pronto te des cuenta que todo lo que has pasado solo ha servido para ponerte bajo los reflectores divinos. Es que finalmente, esa es la mirada que importa, la mirada de Papá.


Escrito por Edgar David Miranda.