Este artículo fue escrito por Edgar Miranda, pastor de jóvenes, y colaborador en el Centro de Ministerio Juvenil del Seminario Teológico Bautista Mexicano. Se dedica al entrenamiento de líderes juveniles en América Latina.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de realizar una serie de encuestas entre adolescentes, algunas como parte de la Maestría en Ministerio Juvenil, y otras como parte del servicio que realizamos mi esposa y yo en el ministerio de adolescentes de la iglesia donde nos congregamos.

Uno de los cuestionamientos requería que, según su perspectiva, colocaran en orden de importancia algunos conceptos, como gobierno, familia, amigos, Dios, padres, escuela, iglesia, etc.

El resultado es el mismo cada vez que hacemos esto: Sin importar en qué lugar colocan a “Dios”, la “iglesia” siempre fue puesta después, incluso al final de la lista. Este, y otros datos recabados, me hicieron reflexionar en algunos asuntos:

  • No es cierto que a los adolescentes no les importa Dios. A lo largo de las pláticas con ellos, quedó evidenciado que en realidad sí les interesa una relación con Él (algunos ni siquiera escondían su deseo de conocerlo más). Pero en algún momento confundimos su deseo natural de cuestionar el mundo con apatía hacía Dios y la vida espiritual, y esto nos llevó a catalogarlos como “rebeldes”, a etiquetarlos como “no alcanzables”, a hacerlos a un lado esperando que alguien más se haga cargo de ellos, o que crezcan. Lo cierto es que sólo basta platicar con ellos para darnos cuenta de nuestro error.
  • Los adolescentes consideran a Dios importante, pero a la iglesia no. Prueban todo tipo de enseñanza para hacer crecer su espiritualidad, pero cuando se les ofrece la oportunidad de acudir a una iglesia, su entusiasmo decrece. Independientemente de sus razones para esto, me llama la atención la imagen que tenemos ante ellos. ¿Será que esto es sólo su percepción sobre nosotros, o efectivamente estamos haciendo algo que les hace pensar de esta manera?
  • No es cierto que rechazan a la iglesia porque ahí hay compromiso, y “ellos no quieren eso”. La gran mayoría de ellos tienen que pasar por ciertos “ritos de iniciación” en sus diferentes grupos (novatadas, como les llaman otros). Algunos de estos ritos, dependiendo del grupo, conllevan situaciones vergonzosas, angustiantes, estresantes, peligrosas. Por ejemplo, en algunos grupos se golpea al “nuevo” durante cierto tiempo; si resiste la golpiza, entonces se le considera un integrante más de la “familia”. Y una vez dentro, los jóvenes se comprometen con los demás, incluso a costa de su propia integridad física. Los adolescentes sí se comprometen, y mucho. Así que definitivamente no es la falta de compromiso lo que los aleja de las iglesias.
  • Quizá estamos más concentrados en hacer “nuestra iglesia”, en vez de mostrarles la Iglesia de Dios. ¿No será que ellos están diciéndonos claramente en lo que estamos fallando? ¿Es posible que ellos, muy a su manera, están poniendo “el dedo en la llaga”, y no queremos verlo? Yo solo sé que nuestras reuniones son excelentes para nosotros, pero no son relevantes para los adolescentes. Nuestro grupo de alabanza, videos, anuncios, luces, sonido pueden ser espectaculares e impresionarnos a nosotros, pero no a ellos. Pueden ayudarnos a nosotros a “conectarnos” más con Dios, pero a ellos no.

    El amor de Dios se respira en nuestras casas y congregaciones, pero no allá donde ellos lo necesitan. Creo que, más allá de cualquier otra cosa, mucho tiene que ver con nuestra perspectiva del mundo y de nuestra misión: nos hemos aislado en nuestra cultura cristiana, privando a otros del contacto con Dios. Y ellos lo perciben. Y si esto es así, entonces estamos dejando de ser la Iglesia de Dios.

Al final, me queda clara una cosa: los adolescentes necesitan (y buscan) la Iglesia de Dios, no la nuestra. (Comparte en Twitter)

¿Qué sugieres para cambiar esta perspectiva, y acercarnos más a ellos como Iglesia de Dios?

Te escribiré mis sugerencias en el siguiente artículo.